jueves, 28 de enero de 2010

Siempre estuve a favor de los amores de verano. Siempre pedí formar parte de uno, y así pasó (casi casi). Partí a la costa Atlántica con demasiadas expectativas, like always, pero me sorprendió. Conocí a un muchacho (sí, un Muchacho ya...) del cual poco tarde en engancharme, sabiendo que acá lo esperaba 'su' chica. Pero... roces por acá, roces por allá, charlas con bastantes intereses en común y una sensación de como si lo conociera hace más que unas pocas horas. No fue demasiado el tiempo que nos llevó terminar juntos y solos para dejar todo lo que esperaba acá, de lado y divertirnos un poco. Prometimos que todo moriría allá, pero (me) cuesta.
Volvimos a la rutina de la ciudad, y lo crucé. Intercambiamos unas palabras y un algo así como 'me debes, te debo, nos debemos y ya veremos', y a volar. Cada uno a lo suyo. Pero el problema no radica ahí ni en el mini "amor" fugaz que hubo allá, sino en lo que generó en mi. Él es quien asesina cada uno de los instantes de mis pensamientos, donde las imágenes de ambos no paran de repetirse. Sumado a que encontré desde donde revisarle su página de Facebook, y como no podía ser, me tiene ahí, 2 veces por día (mínimo) viendo que cambió y que no.
By the way, teniendo asumido que acá nada va a ser como lo fue allá, siempre está esa mínima esperanza de recibir algún '¿Por donde andas?' ó simplemente un '¿Salís?'... pero por ahora, no llegan. Veremossss.

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